Bajo el árbol de monedas de chocolate.
A los 14 años, a esos 14 años de edad llenos de “amores de la época” según mi madre, a esa edad en la que empiezan los traumas con las chicas y los chicos. A los 14 años, en una tarde cualquiera, Pablo se sacó los audífonos y decidió dejar de ociosear creyendo ser el baterista de The Cure mientras reventaba su lápiz contra la mesa y coreaba las canciones que resonaban en su mp3. Tuvo que tocar suelo peruano: no era un baterista (ni siquiera tocaba la flauta) sino un nerd con una tarea atrasada por realizar. Tarea que hasta ese momento, por alguna rara razón, no había podido empezar a cumplir: escribir una historia de amor. Usualmente podía crear poemas y canciones emotivas –o más conocidas como cursis– pero en ese caso no pudo. Así que, agregando su lado nerd de poeta, cogió bien el lápiz y el cuaderno, e hizo su mejor esfuerzo, y empezó a escribir:
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Eliot empezó su vida universitaria luego de una estresada etapa escolar llena de preocupaciones por su futuro universitario y sin haber estado con ninguna chica. En sí, el describir su vida sería de verdad aburrida e irrelevante porque no tuvo una adolescencia llena de aventuras memorables o alguna experiencia en la que haya seguido el impulso de su corazón y abandonase la razón.
Sarah era también una nerd pero la única diferencia con Eliot era que ella fue educada en un colegio religioso. Así que imagina una nerd sumado a las ideas y hábitos (no la ropa) de una monja y ¡ahí la tienes11
Ambos se conocieron, como ya mencioné, en la universidad y nunca pensaron que su amistad se podría volver algo más que eso debido a que una vez ella vio cierto brillo especial en las uñas de Eliot y pensó que él era gay.
Ahí acabó la ilusión y la idea de que sean algo más que amigos o compañeros de clase.
Debo confesar que una vez él estuvo ilusionado con ella pero ambos eran tan nerds pero tan nerds que entre sus ideas estúpidas y su imaginación (la cual siempre estaba muy activa) ambos se olvidaron del amor y del encanto o algo parecido a eso.
Una vez se besaron. Fue el beso más improvisado, estúpido y el peor que pudieron haber tenido (aunque no hubieron otros más para comparar por ese momento).
1 Lo paradójico es que yo escribo hablando mal de ella cuando, a la vez, yo también fui educada en un colegio religioso pero esta no es mi historia.
Sucedió en la biblioteca de la universidad, entre matemáticas, el inútil curso de cálculo, gomitas de colores y una coca cola.
El beso no fue bueno pero era lo único que tenían. Los labios de ella estaban secos y su boca tomó el sabor a fresa de la boca de Eliot porque comía gomitas cada vez que tenía un día difícil y el cálculo cubría la cuota de estrés necesario como para comerlas.
Se encontraban sentados uno al costado del otro en una mesa de madera que tenía marcas de corrector y mientras intentaban fallidamente resolver un problema, el acercamiento cumplió su función y con un giro accidental de la cabeza de ambos surgió “el beso”. Ella, obviamente, salió corriendo asustada mientras que él empezaba a pensar en por qué demonios se besaron.
Debió ser el destino o simplemente suerte pero nunca hablaron sobre lo sucedido y siguieron estudiando como lo habían hecho toda su vida: con coraje y un gran deseo de auto superación.
Dos años después se casaron. >>
Textos nerds a niveles cursimente peligrosos eran lo único que Pablo escribía, lo peor era que nadie lo detenía cada vez que los pasaba a limpio. No lo pensaba dos veces; cogía sus lapiceros con tinta líquida azul y roja y, con la letra más bonita que tenía, empezaba a reescribir en un papel extra blanco, las palabras que minutos atrás salieron de su cabeza con la intensión de presentar un buen trabajo.
Para la clase de la mañana siguiente, entregó el supuesto cuento y se tuvo que conformar con un doce de nota. En vez de sentirse tranquilo, le pesó en la conciencia el haber realizado un mal trabajo (según él, aunque en verdad era cursi) y debido a su sobonería logró que le dejaran otra tarea en la cual debía escribir una poesía. Obviamente cumplió con creces lo que le pidieron pues este adolescente nerd tenía un toque especial al escribir composiciones como esas.
Lo que lo diferenciaba de los demás chicos con hormonas revoltosas que estaban en su salón, eran dos cosas: que sabía inglés (algo que se solía considerar como un don durante la etapa escolar) y que era bueno escribiendo poemas y canciones. Los profesores lo felicitaban por sus escritos y obviamente el maestro de literatura era un fanático de lo que Pablo escribía – o quizá pura sobonería, sólo Dios sabe–.
Usaba el típico peinadito con la raya al medio como su mamá le hacía y hablaba en un tono medio raro que lo convertía en todo un nerd en quien las chicas veían como sólo un amigo. Él quería ser algo más que eso, quería decirle, al menos a una de ellas, que la amaba y que su corazón podía tener el récord en estar tan enamorado y todas esas cursilerías que a las mujeres las vuelve locas. ¡Rarísimo el chico!
Una vez trató de declarársele a una chica que conoció durante las vacaciones de verano (hija de la amiga de su mamá, he ahí el punto en común. La madre presenta a su hijo una chica que le parece razonablemente correcta: la hija de su amiga. Mejor dicho, él no se presentó ante la chica) pero a la hora de la hora, a Pablo le dio mucho miedo y todo lo que “había ensayado” para decirle se le borró de la mente justo cuando estuvo parado delante de ella. De repente se encontró ridículamente aterrorizado frente a una muchachita un poco más alta que él, con lentes de sol en forma de corazón y sandalias rosas. Pablo tomó aire y en vez de que salgan palabras de su boca, salió un impulso y la besó sin ninguna advertencia. Ella lo miró a los ojos y le sonrió, Pablo dio media vuelta y se fue corriendo. Ese fue su primer beso. No la volvió a ver nunca más y si la veía, volteaba la mirada suponiendo que nadie pasaba cerca a él.